Los Niños de La Guajira tienen un pasaporte de muerte, bajo la mirada indolente de un Estado que gobierna desde Bogotá; con la testadurez de una etnia que no quiere mirar al futuro con el poder de sus ancestros; con la idiotez de funcionarios que los ven dibujados en datos sin contexto; en un mundo donde hasta su derecho a la identidad cierta esta vedado.